Capítulo XXXV: Vuelva usted mañana

Una lágrima se deslizó lentamente por mi mejilla, por primera vez atisbaba a comprender mínimamente el dolor que atormentaba perennemente a Libertad. No obstante, el mal que ella achacaba a Matahambre quizás no se circunscribiese exclusivamente a esta comarca. Ni tan siquiera a Golfi y sus secuaces, o al todopoderoso Don Oprobio. Tampoco a un concreto espectro político. Amargamente empezaba a intuir que tal como definiera Unamuno a la envidia: “la carcoma del alma española”. Igualmente esta dolencia estuviese pudriendo las raíces de la democracia en nuestra patria.

Y es que aquellos pasajes, concebidos por Joaquín Costa hace ya casi un siglo, eran lo más parecido a la vigente realidad. Y la proclama de Maura una imperiosa necesidad.

Recordé las promesas de Golfi a los frágiles jóvenes de Matahambre: “Vótame”, les decía, “Y tendrás un puesto en el Ayuntamiento”. Abandonando los estudios a edades sumamente tempranas. Convirtiéndolos en carne de cañón ante cualquier eventual crisis, al carecer, al alcanzar la treintena, de oficio, ni beneficio. Y futuriblemente sujetos a más que probables Expedientes de Regulación de Empleo, cuando la recaudación municipal aminorase. ¿No se englobaría esto en la definición enunciada por Costa al respecto del clientelismo político? Porque si Golfi realmente pensase en sus vecinos, ante todo desearía el máximo grado de formación para las nuevas generaciones, porque al fin y al cabo a ellas concierne el futuro. Lo contrario es pretender que nada cambie, manteniéndose el poder gubernamental constantemente en las mismas manos. Aquí constreñido a: “La banda de Juan Palomo: yo me lo guiso y yo me lo como”.

Memoré a Don Oprobio eximiendo del pago a sus inquilinos comerciales a cambio de apoyar semejante causa, exigiéndoles mirar para otro lado mientras se perpetraban multitudinarias fechorías. La historia de Miguel y las facturas consistoriales. El relato de Libertad en torno a la Revisión del Plan General de Ordenación Urbana.

Igualmente evoqué la leyenda de Soledad, la taciturna cocinera del bar municipal. Madre del pobre Mario que un triste día sucumbió a las redes del cacique mayor. Le garantizaron fiesta y diversión sin parangón, y poco a poco la adicción lo atrapó. Despojándolo de autocontrol. Se sirvieron de su ser para coaccionar o intimidar. Conminándolo a entrar en ajenas moradas, al objeto de amedrentar a sus legítimos propietarios. Y para cuando fue un estorbo, pues a alguien podría delatar, lo desterraron del pueblo, sin oportunidad de retornar jamás. No sin antes introducir a otros tantos en tan nefasto desenlace, empleado como otra arma más para ejercer la supremacía y el dominio sobre los ciudadanos de estos parajes. Si bien supuestamente los susodichos casos acontecen con demasiada asiduidad, sobre ellos preferimos correr un tupido velo, por ser tan dantesco el horror que ni los más execrables ojos prefieren verlo. Tratándolos algunos de meras supersterías o simples habladurías.

O los famosos hipotéticos expedientes agilizados o retrasados, incluso dejando que se caduquen los sancionados. Lo extraño de todo es que la Administración posee eficientes sistemas informáticos. En los que con sólo introducir el número de los referidos expedientes te indica en qué departamento está, cuándo fue su entrada y cuándo ha de ser su salida, así como su número de orden dentro de los pendientes de informar por el área correspondiente. Habilitado para que con la Ley de acceso electrónico de los ciudadanos a los Servicios Públicos, aprobada en el 2007, los administrados desde sus casas pudiesen consultar sus gestiones en la corporación y conocer a través de la red el estado de su petición en cada momento. Mas misteriosamente estas casillas raramente se rellenan. Conllevando a que si osas preguntar por la documentación registrada, se transforme en realidad aquel jocoso artículo escrito por el gran maestro, Mariano José de Larra, y titulado: Vuelva usted mañana”:

“(…)Presentóse con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, (…)Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar.(…)Vuelto de informe, se cayó en la cuenta (…) de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasóse al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro. (…)

(…)–De aquí se remitió con fecha de tantos –decían en uno.
–Aquí no ha llegado nada –decían en otro.(..)

(…)Hubo que hacer otro.¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio! (…)

(…)Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación, o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía: “A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado (…)”.

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