Capítulo XXXVII: Irrupción de los partidos de masas

Proletariado

 Igual que la irrupción de los nacionalismos y regionalismos se gesta en nuestro país durante el último tercio del siglo XIX. Cuyo auge  se impulsa por la aparición en escena de una próspera burguesía proveniente del desarrollo industrial de ciertas regiones: País Vasco, Cataluña, Asturias. La Revolución industrial, paralela al “Estado Liberal”, suscitó la cristalización de una nueva clase, el movimiento obrero. Quienes reivindicarán su derecho a participar en la vida política, al objeto de defender sus intereses en sede parlamentaria. Dando paso, tras la aprobación del sufragio universal, primeramente masculino y después también femenino, al Estado democrático de derecho”. Corrientes fuertemente influenciadas por el pensamiento filosófico de Karl H. Marx (1818-1883). Siendo abanderadas en nuestra patria por Pablo Iglesias (1850-1925), el que fuera fundador, junto a otros, del PSOE.

Teorías que germinan en España gracias al importante desarrollo económico, social y cultural que aconteció bajo el reinado de Alfonso XIII de Borbón. No en vano esta etapa es calificada como la “Edad de Plata de las letras y las ciencias españolas”. Periodo que queda magistralmente descrito por Salvador de Madariaga: “Bajo Alfonso XIII, España llega a ser nación industrial, alcanza el mayor nivel de población desde época romana, retorna a adornar el mundo de la cultura, que casi había abandonado desde que con tanto esplendor brilló en el siglo XVI, vuelve a plena participación en la política internacional durante la guerra europea y al abrirse la cuestión de Marruecos; reconquista espiritualmente la América que había descubierto, poblado, civilizado y perdido, y, por último, ve grandes problemas sociales y nacionales surgir en su vida interior y estimular su pensamiento político.” (“España. Ensayo de historia contemporánea”).

Mostrándose como un elemento trascendental a valorar, para comprender nuestra política actual, el surgimiento de los partidos de masas, vinculados al referido colectivo: el proletariado.

Habiendo predominado hasta ese momento los partidos de notables o de cuadros. Categoría en la que se circunscribían las formaciones liberales de Cánovas y Sagasta. Cuyos miembros eran reclutados a razón de determinadas cualidades especiales: capacidad económica, prestigio social, influencia intelectual. Configurándose en una amalgama de intereses particulares, muy a tener en cuenta en cualquier decisión final a tomar. Esta fórmula subsiste únicamente hoy en día en Estados Unidos, donde sus principales partidos se erigen como inmensas confederaciones compuestas de dispares grupos locales. Donde en el voto de un cargo electo, ya pertenezca a la Cámara de Representantes o Senado,  prima muchas veces más el temor a rendir cuentas ante el ciudadano, de quien depende que renueve o no otra vez el escaño, que lo decretado por su propia organización. Manifiestamente desigual a lo que sucede habitualmente en nuestro territorio nacional, debido mayormente a las considerables disparidades entre ambos sistemas electorales.

Revolución Industrial

 Los partidos de masas, en pro de su subsistencia, intensificarán sus esfuerzos hacia la masiva captación de afiliados. La preponderancia que otorgan a la cantidad y no la calidad, se ha de explicar atendiendo a dos vertientes: por un lado la exigencia de cubrir carencias económicas mediante la aportación de cuotas por parte de sus afiliados, valiéndose además de su colaboración voluntaria en las variadas actividades de la organización; y por otra parte brindando al pueblo la oportunidad de acceder al poder sin restricción alguna. Entre los efectos adversos que este modelo ocasiona se englobarían la tendencia a la burocratización y a la profesionalización de sus dirigentes. Lo que desencadena su gradual distanciamiento de las bases. Significativo obstáculo para que no se de la obligatoria renovación en los cargos orgánicos, y por ende en los públicos, ya que de los orgánicos depende la elección de estos últimos.

Hacia finales del siglo XX los mencionados partidos de masas evolucionarán hacia el prototipo actual: “partidos atrapa-todo”. Denominados de esta forma porque su fin último es concitar el máximo número de apoyos en las urnas, para lo que diluyen su ideario y lo envuelven con axiomas universales, de fácil asimilación por el conjunto de la sociedad. Eludiendo identificarse excesivamente con segmento alguno, para no ser rechazados por el resto. Utilizando mensajes vagos, que sufren una constante transformación, atendiendo a los requerimientos de cada momento. Burocratizándose los partidos en demasía y transformándose sus dirigentes en absolutos profesionales de la política. Quienes ya no son individuos civiles que, en un momento determinado de su trayectoria laboral en el ámbito privado, optan por volcar sus conocimientos en la vida pública, sino sujetos que no conocen más oficio que la propia política.

Conduciendo, en su grado sumo, a organizaciones afectadas por el síndrome de regresión paranoide. Con una clara sintomatología. Fragmentación en diversos grupos, atrincherados en pequeños reinos que ya no comparten un proyecto común, sino únicamente el propio. Tendencia a la traición. Ahondamiento de las heridas, hasta convertirlas en insalvables. Promocionando a caudillos que se valen de cualquier atajo para sostenerse en su puesto, exclusiva forma de ganarse su sustento. En tanto en cuanto los demás callan por temor a ser sancionados y verse expulsados de los núcleos del poder. Avocando a los afiliados de valía a echarse a un lado, con tal de no ser arrollados por el turbulento vendaval. Amordazando normalmente a su máximo líder, el cual está abocado a ceder a sus caprichos en pro de no ser derrocado. Estado que conforma el paso previo para la refundación o extinción de la dolorida formación.

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