Importancia del mensaje para caminar hacia sociedades interculturales

Martin Luther King

 (Martin Luther King 1929-1968)

Exponíamos con anterioridad que cualquier partido político que aspire a gobernar ha de transmitir óptimamente su mensaje, en pro de que el elector lo entienda, aprenda y recuerde, al destacar sobre el resto. Para lo que resulta trascendental conocer nuestras debilidades y fortalezas con respecto a nuestros oponentes. Pero además necesitamos saber lo máximo posible de nuestra audiencia. Y es que en las actuales sociedades, diversas y complejas, conviven dispares colectivos que tamizarán lo expuesto a través de sus filtros culturales. Por lo que nuevamente en el estudio y preparación radica la base del éxito.

Mostrándose imprescindible recurrir a la investigación etnográfica, método propio de la Antropología Social o Cultural, uno de los subcampos de la ciencia antropológica que considera al ser humano en su globalidad. Tratando de entender a cada grupo desde una perspectiva “emic”, creencias, y “etic”, con un escrutinio científico y objetivo. Haciendo uso de las variadas técnicas de campo: la observación; conversación, entrevistas y entrevistas dirigidas;…Obteniendo la información mediante: la historia personal de individuos, por una razón u otra, destacados (historias de vida); de informantes privilegiados, personas que por una concreta particularidad pueden otorgar unos conocimientos más completos, ya sea por su experiencia personal, estudios o cualquier otra circunstancia; etc. Labor que conducirá a un extenso trabajo sobre la sociedad auscultada y que nos servirá como hoja de ruta a la hora de construir nuestro mensaje.

Puesto que la vigente globalización trae consigo una infinita interconexión, sustituyendo los antiguos parámetros de gobernabilidad por los de gobernanza. Donde el Estado cede poder a otras instituciones: hacia abajo, los ayuntamientos, por ser las corporaciones más cercanas al ciudadano; hacia arriba, a organismos transestatales: ONU, OTAN, UE,…; hacia el mercado. Colaborando en las medidas a implementar con los dispares colectivos cívicos o empresariales. Aumentando la interacción y las conversaciones multidireccionales, dirigiéndonos hacia contextos mucho más participativos.

Conclusivamente caminamos hacia sociedades interculturales, plenamente conscientes de que el fin último de la política es la cohesión social. Conllevando el perenne conflicto a la ingobernabilidad, y por ende a la transformación, o en el peor de los casos, a la fractura del sistema.

Lo contrario sería la asimilación, perdiendo los grupos minoritarios su cultura en favor de la dominante. A buen seguro germen de problemas futuros, que habitualmente suelen gestarse durante años, hasta que un buen día hacen eclosión. Y todos recordaremos los incidentes acaecidos en la periferia parisiense en el 2005, con miles de coches quemados y numerosos detenidos.

Es por lo que los gobernantes, bajo la premisa de responsabilidad, deben medir sus palabras, potenciando la tolerancia, enfatizando en la riqueza que aporta a un pueblo la diversidad. Lo que exclusivamente se consigue con el conocimiento del otro, erradicando posturas etnocentristas, propensas a reputar como la mejor la propia cultura en comparación con las demás, con el consiguiente menosprecio de las mismas. Pero evitando caer en el relativismo cultural, que, en el supuesto más extremo, se niega a valorar acción alguna de otra cultura. Porque por encima de todo están los derechos fundamentales e individuales del ser humano, que son universales, derechos inalienables como: la justicia, la libertad, la igualdad, la dignidad, libertad de expresión y libre pensamiento,…

Y es que un pueblo educado en valores interculturales nos transformaría en una sociedad más abierta, justa y equitativa. Aceptando y comprendiendo las características del otro. Sociedad ideal por la que, entre otros muchos, ya suspiraba el reverendo Martin Luther King en 1963. Visión que plasmó en su célebre discurso del 28 de Agosto pronunciado en Washington, EEUU, ante el monumento del expresidente norteamericano, Lincoln, con motivo de la Marcha por el Trabajo y la Libertad:

“(…) Yo tengo un sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo, creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales. (…)

(…) ¡Yo tengo un sueño hoy! (…)

(…) Esta es nuestra esperanza. (…)

Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres. (…)

(…) Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día cuando todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: «¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!»”

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