El espectáculo circense llega a la arena política

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Hoy viendo la televisión, y escuchando las noticias en referencia al inicio de la campaña de las elecciones europeas de Junio, me fue inevitable recordar a nuestros entrañables payasos de la tele: Gaby, Fofo, Fofito, Miliki y Milikito. Aunque ellos, claro está, irradiaban mucha más gracia que nuestros políticos.

Casi puedo advertir nítidamente el eco de sus voces gritando: “¡El circo ha llegado señores. Pasen y vean a Pinocho, a quien le crecerá la nariz considerablemente, pues sus promesas será incapaz de controlar. Y el más difícil todavía, los funambulitas del género: el típico ciudadano de a pie español, los cuales peligrosamente se jugarán su subsistencia intentando mantener el equilibrio sobre su inestable economía familiar!” Y nos preguntarán: “¿Cómo están ustedes?” No obstante, en esta ocasión, la respuesta no será la que chillábamos los niños y niñas al unísono en esa época, sino otra bien distinta: “Mal, cansados y hartos de tanta falsedad”.

Para calentar motores y como primer plato, buscando inspirar un tremendo pavor, proyectarán las imágenes de los lúgubres fantasmas que habitan en terroríficas cavernas, transportándonos así a clichés que ya se suponía superados. Apelando, para la magistral lección, al inconfundible estilo “Barrio Sésamo”, fundamentándose este subliminal adoctrinamiento en inculcar que tal partido representa al futuro y su adversario al pasado.

En ciertos momentos pareciera que nuestros gobernantes no se hubiesen adaptado a los nuevos tiempos, usando idénticas técnicas de marketing electoral que las empleadas, hace ya más de 30 años, en los primeros comicios democráticos. La estrategia del ventilador, lanza mierda al rival que siempre algo queda. El populismo, al pueblo, fiesta, pan y vino. Hacer oposición a la oposición. El “enemigo único”, verter sobre la competencia los propios males para desviar la atención. Inventar y repetir diariamente la misma mentira del contrario, aspirando a darle veracidad en la sociedad, función encomendada tanto a los candidatos, adláteres como voceros varios. 

Unos y otros se muestran como adalid de la dignidad, y resulta que pactan con tránsfugas allí donde surja la oportunidad. Eso sí, después reinventan el término para camuflar ante el pueblo su paso al grupo de los no adscritos. Si el reciente aliado a la causa requiere cambiar su opinión en cuanto a lo que defendió hace un mes, miran para otro lado y aplauden semejante falta de convicción a rabiar. Desde luego, esto es lo que se llama congruencia y saber estar.

El insulto y el ataque personal es el pan de cada día. ¿De cómo van a recolocar a los más de cuatro millones de parados?, de eso nada se ha esbozado. Sin embargo, no hay de qué preocuparse, ya que nuestros prestidigitadores lo agitarán todo, mezclando: denuncias, consejos plenarios, investigaciones policiales, para ofrecernos un explosivo brebaje, que de no terciar el rumbo, nos conducirá al descrédito absoluto del actual sistema institucional. 

¿Lo peor? Que una importante parte de la población empiece a percibir estos actos como normal. ¿Desproporcionada mi reflexión o coincide mínimamente con la  amarga realidad vigente?

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