Capítulo III: Un amor tan intenso como imposible

El entierro del Conde de Orgaz, el Greco

En ciertas ocasiones he creído escuchar incluso sus pasos, su entrecortada respiración, su aliento, exhalando compungidamente su enorme pesar. Pobre Doña Blanca me digo, una y mil veces, condenada al ostracismo, al olvido, a llorar en silencio un amor tan intenso como incomprendido.

Fue al comienzo de su largo e infausto peregrinar donde le conoció, Don Fadrique, su amado y venerado noble español. Con la primera mirada la cautivó, mas con el característico sigilo que envuelve a la legendaria Orden de Santiago supo ocultar la abrasadora y correspondida pasión. El hermanastro de Pedro I de Castilla fue designado el Gran Maestre de tan valerosos caballeros cuando apenas contaba con ocho años edad, cargo que sólo abandonaría al perecer vilmente. Orden de notable similitud con los del Temple. Dicen que cuando estos últimos supuestamente desaparecieron, considerados los precursores de la banca moderna, acusados impíamente de herejes por el Papa Clemente V, férreamente instigado por el monarca francés, en nuestro suelo patrio determinadas propiedades fueron traspasadas a la de Santiago, acogiendo también, según parece, alguno de sus místicos miembros. ¿Traerían consigo sus secretos? Eso se desprende, si hacemos caso a los abundantes símbolos que emergen del cuadro del Greco (1541-1614), “El Entierro del Conde de Orgaz”.

Por otro lado me imagino a la bella dama al saber de la muerte de Don Fadrique, impávida, pero internamente abatida, rota por el dolor, aún mayor al no poder mostrar ni un ápice de su tragedia. Pues no hay nada peor que tener que callar los avatares de nuestro corazón. Sujetando entre sus delicadas manos la pequeña cruz que él le regaló, en la que destacaba una minúscula flor, una rosa pintada de un intenso magenta.

Incluso percibo levemente el canto de los juglares recordando su desventurada vida:

“Después de varios años prisionera,
Después de tanto encono y tanto olvido,
ya no tiene la mínima esperanza
de que se haga la luz en su camino.”

Pues muy probablemente al morir Don Fadrique en la primavera de 1358, lo único que daba color a su gris existencia, exclusivamente le cabía esperar su fatal destino y rezar por encontrarse más pronto que tarde con su alma gemela en la otra orilla. Lo que acontecería en 1361.

 

Tantas historias, tantos enigmas, guardan los muros de este castillo. Y a veces me pregunto si será lo suficientemente hermética “La Hermandad de Doña Blanca” para no desvelar jamás nuestro legado, o al menos hasta que no estemos seguros de que no será malinterpretado. Desvirtuado por la superstería, el fanatismo, en definitiva por los incontables y virulentos enemigos de la Libertad. Aquellos que apelan a una única y estrecha verdad.

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