Capítulo II: Una más de caciques

Rebaño de ovejas con su pastor

Una crisis galopante. Destrucción de empleo sin parangón. El déficit corroe lentamente las arcas institucionales. Y las mentiras no paran de proliferar. Aunque algunos se auto-convencen una y otra vez de que los ciudadanos son tontos y como tal con las típicas marrullerías siempre serán capaces de engañar.

Si alguien osase levantar la voz, disponen de un remedio infalible. O bien lo amedrentan con su integridad física personal, o ponen en marcha multitud de resortes: presionar para que despidan a un familiar, inspecciones varias,… Eso sí, sin dejar rastro, ni prueba, que para algo valdrá mantener tan robusta corte de satélites asesores. Y es que aquella frase que esgrimían durante la Restauración los caciques locales, tal vez no diste demasiado de la época actual: “para los enemigos la ley, para los amigos el favor”.

En este ambiente se mueve mi pueblo, al que año tras año degradan un poco más. Donde los condenados por la justicia, manejan los resortes de una deleznable política clientelar. Aupando a sus apadrinados al poder público y organizacional, en pro de continuar sosteniendo su entramado particular. Al que se suman allegados y ajenos,  buscando lograr para sí toda clase de favores. El egoísmo en estado sumo: nada importa las penurias que pasen el resto de conciudadanos, si en algo ellos salen beneficiados. Una especie de “Sodoma y Gomorra” renacida cual ave Fénix de la España más profunda y cañí.

La Administración lo controla todo, hasta la decisión más insignificante. No dejando nada al azar y arrinconando completamente la libertad individual.

Por cierto, ahora caigo en la cuenta, de que llevamos un largo rato conversando, mas no me he presentado. Me llamo Pedro Gutiérrez, pero mis amigos me llaman Pedrín. Vivo en una pequeña circunscripción de la Comunidad Castellano Manchega. Donde el ocre de las llanuras se confunde con el azul turquesa del cielo. Hermoso rincón de nuestro territorio patrio, mayormente caracterizado por su desbordante hospitalidad.

Soy un joven pastor de ovejas, orgulloso como ninguno de su profesión y raíces. Para más reseñas elaboro un queso excepcional, que conste que no es publicidad, sólo pura realidad, jajajajaja. Más adelante, si así lo desean, los invitaré a un pedazo de este riquísimo manjar para que lo puedan comprobar. Ya sé lo que me van a contestar: que no tengo abuela. Sin embargo, es la verdad, puesto que por más que lo intente estoy incapacitado para la falsedad. Mis amigos se ríen de mí porque aseguran que no sé poner cara de póquer, resultándome por ello harto difícil encontrar pareja para jugar a las cartas en el bar municipal.

Bueno, que nos perdemos. El lugar donde resido recibe el nombre de Matahambre, si bien, paradójicamente, aquí nadie mata el hambre. Es uno de esos lares donde a pesar de encontrarse inmerso en pleno siglo XXI, concretos y supuestos ilustres señores aún muestran comportamientos propios del XIX.

A partir de ahora, si me lo permiten, les voy a narrar las venturas y desventuras de este pueblo. Vaticinando, en este preciso instante, que con él muchos de ustedes incluso lleguerán a sentirse especialmente identificados.

Os dejo por hoy, que mis ovejas a estas horas han de estar pensando que las quiero abandonar. Y nada más lejos, estimándolas soberanamente por su franca autenticidad. Cosa que, con los tiempos que corren, no me arriesgaría a aseverar de los demás.

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