Capítulo LIV: Adolfo Suárez, centro-reformista y liberal

Don Quijote de la Mancha

Que Adolfo Suárez estaba tocado por las musas del carisma y del liderazgo, eso nadie lo duda. Características de las que resultan ungidos escasos políticos. Su perseverancia y auto-motivación le hicieron labrarse un futuro desde el primer escalón. Hay quien le achacó incluso un exceso de ambición. Mas su progreso provenía de su propio esfuerzo y trabajo. Lo contrario de la posición alcanzada por otros, gracias a su nacimiento en el seno de una influyente familia. No obstante, lamentablemente, esta cualidad es denostada incluso en nuestra época. Inculcándose el conformismo y la autocomplacencia. Venerándose como una virtud la mediocridad. Y todo para que el poder siga perennemente atrapado entre las mismas manos. Erigiéndose en poderosa semilla que se traspasa de generación a generación. Y cuando alguien logra rebañar algunas migajas de efímero éxito, alguien sin apellido, ni condición, se le recrimina por su exceso de ambición, al osar penetrar en un coto para él absolutamente vetado.

Su capacidad de persuasión, de comunicación, así como sus grandes dotes para las relaciones públicas, le permitieron abrirse puertas en un mundo hostil y arbitrario. A lo que hay que unir su mágica clarividencia, percibiendo antes que los demás lo que acontecería en el futuro más inmediato. Enfocando sus esfuerzos a la consecución de objetivos. Lo que sumado a su magistral aptitud para concitar a las más numerosas y divergentes fuerzas en torno suyo, lo convierten en un referente del panorama político nacional. Valuarte del centro-reformista y liberal.

Incardinado en un proyecto humanista de la sociedad. Manifestando: “Pienso que toda acción política se ha de fundamentar en el valor de la persona, de su dignidad y libertad. Pero, entiendo a la persona no como un yo aislado de los demás y de su propio entorno, sino como un ser racional y sociable que sólo se desarrolla en la comunidad.” Conllevando “una ordenación de la vida colectiva que tenga como principio el respeto a la dignidad del ser humano.” Porque como aseverara  el filósofo griego Aristóteles (384 a.C – 322 a.C): “El ser humano es un ser social por naturaleza.”

Imbuido por el pensamiento de José Ortega y Gasset (1883-1955) se da cuenta, desde un primer momento, que sólo a través del centro era posible alcanzar la Tercera España, aquella infinidad de veces aclamada por Salvador de Madariaga (1886-1978). Porque para él: “El centro es el lugar de concordia y esperanza.” Explicándolo del ulterior modo: “Frente al eterno dilema “derecha-izquierda”, intuí que la España del equilibrio y la moderación, la España del centro, debía asumir el protagonismo y la responsabilidad del cambio político.” Y es que parafraseando nuevamente a Aristóteles: “La virtud está en el punto medio.”

Al igual que su inspirador ideológico, estaba poseído por un poderoso espíritu regeneracionista. Avisando, desde 1989, de la irrupción, en nuestro sistema, de: “algunas deficiencias o desviaciones que urge suplir o rectificar para cortar por lo sano los efectos regresivos que se han empezado a producir.” Proponiéndose como fin un continuo reformismo. Ya que para él nuestro Estado Democrático y Social de Derecho, definido así por el artículo primero de nuestra Carta Magna, concretamente en su párrafo inicial: “(…) es una creación de la razón y una construcción de la voluntad que entre todos, día a día, hay que arraigar y perfeccionar.”

Defensor de un proyecto claramente liberal, de la “flexibilización y liberalización de la economía, en el convencimiento de que proteccionismo e intervencionismo sólo pueden tener efectos negativos.” Aspirando a: “Una sociedad de hombres libres, protagonistas de su destino individual y colectivo.” Según sus palabras: “(…) a nosotros, y a aquellos que están con nosotros, nos preocupa más que las personas sean libres que su felicidad; preferimos que se equivoquen al escoger a que no puedan hacerlo; porque pensamos que, a menos que elijan , no podrán ser felices o infelices en ningún sentido en el que valga la pena una condición u otra; el concepto mismo de “valer la pena” presupone la elección de fines, un sistema de preferencias libre: y que esto se destruya es lo que nos sacude con frío terror, peor que el más injusto de los sufrimientos, porque este último al menos permite y deja abierta la posibilidad de su conocimiento – de juicio libre- que permite condenarlo.” Afirmando: “No puede hablarse de política democrática si no se fundamenta en la libertad y se orienta continuamente a la libertad.”

Porque como escribiera Miguel de Cervantes en su célebre obra “Don Quijote de la Mancha”: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; y con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre.”

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