Capítulo XXVII: Nacionalismos y regionalismos españoles (II)

El Coloso, Goya

El Coloso”. Atribuida su autoría a un discípulo de Goya. Alegoría de la Guerra de la Independencia, donde el gigante simboliza al pueblo español que emerge de los Pirineos para alzarse contra las tropas napoleónicas. Expuesto en el Museo del Prado.

España es una de las comunidades políticas más longevas. A pesar de ello al arrancar la centuria decimonónica se erige como un Estado pluriétnico, aunque en ningún caso plurinacional. Debido a que su concepción originaria parte de la suma de distintas regiones independientes. Previamente Castilla, a la que se anexionará León. Con la incorporación posterior de Córdoba, Jaén, Sevilla, Granada, el reino de Murcia y Almería. Por otro lado, Aragón, el principado de Cataluña y el reino de Valencia se fusionarán de desigual modo; conservando cada una de ellas su ordenamiento jurídico, político y organizativo.

Esto que cabría ser considerado como el germen de la controvertida situación contemporánea al respecto de los nacionalismos y regionalismos españoles, no es más que una característica igualmente compartida por la mayoría de los países europeos. A excepción de Portugal, cuya entidad estatal sí se correspondía con una única identidad nacional. Naciones que aún albergando identidades colectivas diferentes, lograron exitosamente inculcar en sus habitantes un profundo sentimiento patriótico, mediante la defensa de idénticos símbolos y valores.

No obstante, no fue esto lo acontecido en España. A causa básicamente de la tímida acogida que se prodigó a los flamantes aires de la Ilustración que soplaban con fuerza desde Europa. Lo que provocó una débil aplicación de los mismos. Ideología que promulgaba romper con las fórmulas del Antiguo Régimen, para dar paso a los primeros Estados Liberales de derecho.

Estos innovadores planteamientos conllevarán a que al inicio del siglo XIX, a raíz de la independencia de Norteamérica y la Revolución francesa, se consagre el concepto de igualdad ante la ley. Al objeto de desterrar las arbitrariedades y privilegios de la etapa precedente. Dando lugar a la redacción de novedosas Constituciones, cuya ratificación resulta indispensable para calificar a cualquier democracia como tal. Recogiéndose al comienzo de dichos textos una serie de inéditos derechos fundamentales inalienables al conjunto de ciudadanos. En la misma línea se concibe codificar la multitud de normas jurídicas. A modo de presentar una homogeneización reglamentaria en la globalidad del territorio. Con el propósito de mostrar un sistema de orden, que favoreciera la seguridad jurídica y posibilitara que su destinatario supiera a qué atenerse en cada momento.

Será la primera Constitución española, la de Cádiz, refrendada en 1812, la que se haga eco de las sucintas teorías. Dictaminando en su artículo 258 la obligatoriedad de un mismo código civil, criminal y de comercio para toda la monarquía. Bajo ese precepto de nación moderna, compuesta por una colectividad sujeta a una ley común.

 Fusilamiento de Torrijos. Óleo de Antonio Gisbert Pérez

Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en Málaga en 1831. Grupo de liberales españoles contrarios a la política absolutista de Fernando VII. Óleo de Antonio Gisbert Pérez (1834-1901)

Mas los efímeros periodos constitucionales españoles desde ese instante, rotos por otros dictatoriales, impidieron la consolidación de la referida doctrina en España. Siendo una peculiaridad de nuestro país la convivencia de un derecho civil común, con otros forales o especiales. Al llevarse también al ámbito del Derecho el agitado enfrentamiento ideológico que se mantenía en el terreno político.

Ni los románticos: Larra, Goya…; Benito Pérez Galdós con sus celebérrimos “Episodios Nacionales”; los institucionistas, con Francisco Giner de los Ríos a la cabeza; la generación del 98; la del 14 ó la del 27; entre otros muchos, conseguirían insuflar en la población un auténtico sentimiento patriótico compartido por todos.

Y es que este fracaso fue precisamente el caldo de cultivo en el que se gestarían los nacionalismos y regionalismos durante el último tercio del siglo XIX. Cuyo auge  se impulsa además por la aparición en escena de una próspera burguesía proveniente del desarrollo industrial de ciertas regiones: País Vasco, Cataluña, Asturias. Desencadenando abismales desequilibrios territoriales, con unas zonas mucho más productivas que otras. No obstante, esa primacía económica, no se vio reflejada en el ámbito de decisión política. En escasas ocasiones, se escogerán mandatarios a nivel nacional de tales circunscripciones. Lo que unido a la lejanía de la Administración Central y su exigua comunicación con las dispares comarcas españolas, acrecentarán la brecha entre el centro y la periferia. Y por ende su difícil entendimiento.

El perpetuo antagonismo entre las dos Españas, la que aún se agarraba al Antigua Régimen y la liberal, propiciará que iniciativas que se robustecían en otros Estados europeos, aquí escasamente llegarán a brotar. Manteniéndose un sistema político caciquil y oligárquico. Abonado por la alta tasa de analfabetismo, que en esa época concreta rozaba un espeluznante 60%.

Extendiéndose consecuentemente la creencia entre el pueblo, de que poco se podía esperar de la Administración central para que solventara los múltiples problemas que atenazaban a la patria. Restando como única vía, en pro de erradicar los referidos males, la de la iniciativa nacida en las propias regiones periféricas. Contexto desde el que manarán los anhelos de algunos grupos. Pasando de un embrionario pretendido federalismo,  hasta un postrero secesionismo.

Si bien el pasado no se puede modificar, se muestra imprescindible aprender de él. Siendo capaces de extraer objetivamente, desde la distancia que marca el tiempo, las suficientes conclusiones para que aquellos elementos que no se afianzaron en su momento, se perpetúen en nuestro presente y futuro. Y precisamente fue este el pensamiento imperante que presidió la redacción de la Constitución de 1978. Careciendo de sentido que aquellos mismos que la votaron, se desdigan ahora de lo suscrito.

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