El cumpleaños de la Constitución

Imégen del Congreso de los Diputados 

Imágen del Congreso de los Diputados, Madrid. (www.euroresidentes.com)

Se ha celebrado el 30 cumpleaños de nuestra Constitución, alcanzando ya su plena madurez. Durante este tiempo han surgido diferentes partidos políticos, consolidándose unos y otros diluyéndose poco a poco.

Todos recordaremos la poderosa UCD, que tras gobernar la nación desapareció, debido principalmente a la batalla campal de sus propios miembros por llegar a ostentar el mando después de la dimisión de Adolfo Suárez, quien conformó posteriormente el CDS sin éxito alguno. O Izquierda Unida, que nadie le niega su importante papel para posibilitar una modélica Transición, buscando puntos de unión y no de distanciamiento en pro de alcanzar el objetivo logrado, pero las informaciones vigentes ya la dan casi por difunta. Inclusive el PSOE, que actualmente rige los designios de los españoles, y que a continuación de doce años liderando Felipe González el país, tuvo que dar el relevo al PP de José María Aznar. De lo que se deduce que si el caudal de votos no es bien administrado por el partido político, el electorado termina dándole la espalda. Se puede llegar del todo al nada en una sola legislatura. La marca, como defienden determinados sectores, carece de interés sin un proyecto fuerte y creíble que pueda ser ejecutado por políticos que ostenten como  principal característica un gran afán de servicio a la sociedad y no a sí mismos.

Además para dar credibilidad a los administrados en el sistema, es imprescindible que los administradores hagan lo que dicen, deben convertirse en un modelo a seguir. Pero cuando los valores, principios o convicciones de cualquier formación política quedan relegados en el olvido, ese partido se transforma inevitablemente en una organización con claro síntoma de regresión. Donde sus inconfundibles señales son el líder paranoide y un séquito que ha dejado de luchar por un plan común, limitándose únicamente sus labores a medidas encaminadas a la propia supervivencia. Desterrando la democracia interna, imperando la dirección autoritaria, la desconfianza y la división en grupos acaudillados por personas de patologías igualmente degradadas.

En este hipotético supuesto, esbozan los manuales de sociología política, que los militantes más aptos no tienen otro remedio que esperar hasta la autodestrucción de la formación en cuestión, para después de las cenizas volverla a levantar. Porque incorporarse antes resultaría misión imposible, pues la puerta estaría blindada por individuos poseedores de una mediocridad manifiesta, que sacarían lo peor de su condición humana con tal de mantenerse en el poder, no existiendo ni escrúpulos, ni límites para sus actuaciones.

En España, ahora más que nunca, necesitamos de liderazgos consolidados que transmitan esperanza e ilusión, convenciéndonos de que de la turbulenta situación económica actual se puede salir. También, al margen de preferencias ideológicas, es necesario para la salud democrática, que los que gobiernen tengan una clara y fuerte oposición por la que puedan optar los ciudadanos como alternativa en un momento dado. Fiscalizando la gestión ejecutiva y evitando cualquier desmán impropio del siglo XXI.

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